martes, 13 de julio de 2010


EL USURPADOR DE SUEÑOS

Sé que tendría que pedir perdón, sé que he invadido la intimidad de las víctimas, sé que no tenía ningún derecho a hacer lo que hice sólo porque yo obtenía placer. La gente así me lo hace ver. Debería pedir perdón. Pero no puedo.
No creo que tenga que pedir perdón sólo por tomar algunos instantes de belleza. Yo lo único que hacía era recopilar momentos de chicas hermosas, momentos que no eran públicos, momentos en los que yo no las he molestado, no les he hecho nada violento. Los médicos intentan hacerme ver la gravedad del hecho, me hablan de que he invadido la intimidad, la privacidad de las víctimas, yo sólo me he limitado a coleccionar belleza.

Así comenzaba la carta que Pedro Linares envió desde la cárcel a un periódico de amplia tirada de la localidad donde había vivido hasta días antes de su detención.
Pedro Linares era programador y trabajaba en una empresa grande de ocho de la mañana a tres de la tarde. Llegaba a casa, comía, descansaba, se sentaba frente al ordenador para mejorar sus conocimientos, navegaba por internet y solía quedar con sus amigos, cada vez menos, pues se iban casando de hacer siempre lo mismo y ya sólo quedaban tres.
Tomaban algo, charlaban o iban al cine y, finalmente, vuelta a casa.
Así, tranquila, transcurría la vida de Pedro.
Sin embargo, desde hacía algún tiempo se quedaba mirando mucho tiempo a las chicas que pasaban por su lado, las que estaban en los bares, en los parques, en el cine. En realidad, no miraba a todas le dijo a su abogado sólo a las guapas.
“Las que son guapas para ti”, le dijo el abogado.
“No, las que son guapas para mí, no. Las que son guapas, yo sé muy bien quiénes son guapas y quiénes no”.
Empezó a mirarlas mucho, fijamente, de forma descarada, de modo que alguna por la calle le llamó la atención, lo que en más de una ocasión acabó en altercado, con intervención de otra gente que pasaba por la calle, o incluso de la Policía local.
Cambió alguno de sus hábitos, necesitaba cada vez más ver chicas guapas, así que después de descansar ya no utilizaba el ordenador sino que salía de casa y deambulaba por las calles sin rumbo pero con un único objetivo: encontrar chicas guapas.
Así iba pasando el tiempo hasta que un día una chica estaba mirando un escaparate, se acercó a ella pero tanto que la chica empezó a gritarle, a pedir socorro pues pensó que iba a atacarla.
Comenzó a pensar que tendría problemas si no actuaba con precaución, así que se le ocurrió lo que le pareció una gran idea.

Cuando la policía entró en la habitación de Pedro Linares comprendió que aquello había que analizarlo detenidamente, les costaba creer lo que veían y el estupor fue inmenso.
Las fotografías cubrían una pared de la habitación, y varios archivos contenían fotografías de chicas.
En ellas aparecían dormidas, sólo se veían sus caras. Cambiaban las posturas, las habitaciones, había morenas, rubias, pelirrojas, con pelo largo, corto, media melena… Pero todas dormidas.
Pasada la primera sorpresa, la policía registró la habitación y encontró innumerables cajas que contenían trozos de ropa interior femenina.
Allí estaban acumuladas las pruebas que demostraban lo que había sido la vida de Pedro durante los últimos meses.
Salía de casa, paseaba, iba a bares, al parque hasta que encontraba una chica guapa, entonces la seguía, hasta que averiguaba dónde vivía, con quién, sus hábitos durante la tarde, la noche.
Decidió que para el plan que había diseñado lo mejor sería descartar aquéllas que no vivieran en un primer piso o en bajos, y aún mejor las que vivieran lejos de su propia casa.
Estas investigaciones le fascinaban: descubría tantos datos acerca de ellas que es como si siempre hubiesen sido sus conocidas.
Siempre estaba muy emocionado, contento y aunque veía poco a sus amigos se divertía mucho más que con ellos, éstos bromeaban y le decían que tenía cara de enamorado, que algún día les tendría que presentar a su chica.
Él contestaba que no estaba enamorado ni tenía novia pero que en el trabajo todo le iba bien y que en ese momento estaba tranquilo con la vida que llevaba, no necesitaba más, les decía.
En cierta forma era verdad.
Por fin, una noche se decidió a poner en práctica su plan. Llegó a casa, comió y descansó un rato, pero aquel día sí que era especial, si hasta ese momento estaba contento ahora se encontraba feliz.
Preparó su máquina de fotos, y una tijera, ambos objetos los metió en una bandolera. Escogió su vestuario, y se sentó a esperar que llegara la hora de la cena, cenó con su familia, como siempre pero no se quedó a ver la televisión, dijo que estaba cansado y que se iba a la cama.
Aquella chica se acostaba pronto por lo que dedujo de sus investigaciones, así que consideró que las doce sería una hora perfecta.
Como estaba lejos de su casa, salió sobre las diez y media para estar con tiempo delante de la casa de la chica y observar, quizá hubiera algún cambio esa noche.
Llegó, observó y vio que todo se iba desarrollando según lo previsto, la chica tenía ciertos rituales que también aquella noche cumplió.
Dejó el tiempo suficiente para que ésta estuviera en un sueño profundo.
A las doce en punto entraba en la habitación de la chica.
La contempló durante diez minutos, mucho más de lo que había podido hacerlo por la calle, nunca había logrado verla en un bar durante un rato o en cualquier otro lugar.
Era muy guapa.
Le sacó una foto y luego otra para asegurar que tendría el documento y con la tijera cortó un trozo de ropa interior. Metió todo en la bandolera y se fue.
Estaba contento de comenzar su colección de belleza. No se puede dejar escapar la belleza, la hermosura, pensaba.
Su vida ahora tenía más sentido.
Una vez en casa guardó la pequeña pieza de ropa en una caja, la primera de varios recortes que consiguió. Al día siguiente pegó las fotos en la pared de su habitación y extasiado las contempló durante mucho tiempo, porque la belleza se puede atrapar en un instante pero hay que contemplarla durante mucho tiempo para que te acompañe, para que te impregne, para que te haga sentir mejor, y con este pensamiento decidió encontrar otra chica al día siguiente.
Así hasta seis.
La sexta chica se despertó cuando estaba haciéndole la foto.

Debería pedir perdón, pero no puedo.
Sólo que a partir de ahora la belleza vivirá siempre conmigo. Cuando se contempla durante tanto tiempo, te atrapa.

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