viernes, 28 de enero de 2011

Comentario de Vicente Pérez Rosales

Embrionaria por lo demás era la esucación escolar en aquel pasado tiempo; la que se daba a la mujer se reducía a leer, a escribir y a rezar; la del hombre que no aspiraba ni a la iglesia ni a la toga, a leer con sonsonete, a escribir sin gramática y a saber de saltado la tabla de multiplicar (...).
Nuestras escuelas de hombres, donde concurríamos niñitos hasta los diecisiete años de edad, todos de chaqueta y mal traídos, no por falta de recursos, sino por sobrado desastrosos, a pesar del látigo y del mango del plumero manejados con bastante destreza por nuestros graves antecesores, se reducían a un largo salón partido de por medio por una mesa angosta que dividía a los educandos en dos bandas, para que pudiesen mejor disputarse la palma del saber. Uno de los costados de la mesa llevaba el nombre de Roma, el otro de Cartago; y un cuadro simbólico representando la cabeza de un borrico, de cuyo hocico colgaba un látigo y una palmeta, era por su mudable colocación el castigo del vencido o el premio del vencedor.
El profesor o dómine, quien, como todos los de su especie entonces, podía llamarse don Tremendo, ocupando en alto una de las cabeceras del salón, ostentaba sobre la mesa que tenía por delante, al lado de algunas muestras de escritura y de tal cual garabateado Catón, una morruda palmeta con su correspondiente látigo, verdaderos propulsores de la instrucción y del saber humano en una época en que se encontraba sumo chiste y mucha verdad al dicho brutal: la letra con sangre entra.

domingo, 16 de enero de 2011

Comentario de Alicia Redondo Goicioechea

En los años sesenta, entre Primera memoria y La plaza del diamante, Doris Lessing había publicado en Inglaterra El cuaderno dorado, que supuso un gran aldabonazo en la narrativa de mujeres, pues destruía, tanto en el tema como en las formas literarias, las normas convencionales de la escritura clásica femenina. Su modelo de mujer, tan en conflicto como el de las autoras españolas pero sin sentimientos de culpa, añadía el elemento de la militancia política de izquierdas. En esta obra se acuñó la famosa frase "nada es personal", que primero fue asumida como consigna durante décadas por las mujeres de izquierdas, para luego ser transformada por el feminismo de finales del siglo XX con un giro sorprendente: "lo personal es político". Y es que éste es uno de los problemas cruciales de la vida y, muchas veces, de la escritura de las mujeres: las dificultades para compaginar un trabajo remunerado o una actividad político-social, con el inmenso trabajo de la maternidad poco valorado y nada remunerado y que, sin embargo, ocupa los mejores años de la vida de muchas mujeres.

jueves, 13 de enero de 2011

Poema de Lorca

Federico García Lorca observa con una ingenua sonrisa el paraíso perdido de la infancia a la salida de la escuela (esa infancia cuya sonrisa destroza los silencios) e inunda de ternura y alegría unas palabras años más tarde teñidas de sangre y de tragedia:

CANCIÓN PRIMAVERAL

Salen los niños alegres
de la escuela,
poniendo en el aire tibio
de abril canciones tiernas.
¡Qué alegría tiene el hondo
silencio de la calleja!
Un silencio hecho pedazos
por risas de plata nueva.

lunes, 10 de enero de 2011

Comentario de Max Aub (1971)

Los años de colegio en la literatura -al igual que esas olvidadas fotografías en blanco y negro a las que aludía Bernardo Atxaga y esos viejos cuadernos, esas gramáticas y esas enciclopedias escolares de nuestra infancia en las aulas_ esbozan un cierto ambiente, a medio camino entre la evocación nostálgica y el ajuste de cuentas, un retrato en sepia de aulas y de olor a tizas, una atmósfera infinita e inolvidable de algarabías y de silencios, de olor a amoníaco, lejía y orines, una poética escolar que nos habla con palabras cordiales o amargas de quienes fuimos y ya no somos, aunque lo que somos tenga bastante que ver con lo que fuimos en aquellos lejanos años del colegio. y es que, como señalara Max Aub desde el exilio, "uno es de donde estudió el bachillerato".

domingo, 9 de enero de 2011

Comentario de Esther Tusquets

A lo largo del siglo XX aumenta sin cesar el número de mujeres que escriben, y la profesión deja de considerarse impropia de nuestro sexo.Creo que en ningún otro campo estamos tan cerca de alcanzar la paridad con el varón. Hay muchas mujeres escritoras, algunas muy famosas, y algunas consiguen espectaculares éxitos de venta, e incluso de critica. El hecho de ser mujer no constituye un obstáculo para encontrar editor, y ninguna autora se avergüenza de haber escrito una buena novela o un buen poemario. En España contamos, entre otras, con novelistas tan excelentes como Rosa Chacel, Ana María Matute o Carmen Martín Gaite.
¿Sigue viviendo, sin embargo, peligrosamente la mujer escritora? Reconoce el propio Bolmann que, si una alemanan o una americana decide hoy ser escritora independiente, vive peligrosamente, pero esta peligrosidad consiste en un problema de subsistencia y de una experiencia que podríamos llamar el abismo existencial de la escritura, mientras que, por el contrario, cuando una iraní o una paquistaní decide escribir, pone en peligro su cuerpo, su alma y su vida.
Ahora bien, es cierto que muchas escritoras europeas han conseguido fama, dinero y prestigio, pero esto no permite hablar todavía de igualdad. Como en muchas otras profesiones, las mujeres han invadido el campo, ocupan un lugar, un enorme lugar en los espacios medios, pero no alcanzan, en un mundo regido por hombres, los puestos más altos. Para comprobarlo, basta echar una ojeada a la lista de los premios Nobel, o al número de mujeres que figuran en la Academia Francesa o en nuestra Real Academia de la Lengua. A nivel oficial apenas existimos.