lunes, 23 de agosto de 2010

"El oficio de escribir eso que en nuestra sociedad entendemos por literatura exige, como dijera Borges, el ejercicio de la memoria y de la imaginación. Cuando alguien escribe, lo hace desde los abruptos territorios de la memoria. Es la memoria del tiempo pasado, de o que fue y ya no es, de lo que fuimos y ya no somos, lo que agita a menudo la nostalgia de la escritura literaria y nos anima a escribir sobre otros territorios imaginarios e imaginados, llámense Macondo, Castroforte, Mágina, Yoknapatawpha, Comala, Santa María, Paniceiros, Vetusta, Región, Obaba, Celama o la ínsula de Barataria. Sin Memoria no hay nada porque sin memoria no somos nadie ni es posible imaginar nada. Lo que somos y lo que imaginamos está tejido con los hilos del recuerdo y de lo vivido. Y nada es, ni siquiera en el paisaje literario de la ficción más irreal, si no ha sido antes en el paisaje sentimental de la memoria de quien escribe y quizá también de quien lee. Por eso el oficio de escribir tiene tanto de añoranza, de mirada hacia atrás, de evocación de los paraísos perdidos de la infancia y de la adolescencia a la búsqueda del tiempo perdido.

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