jueves, 4 de febrero de 2010

EL PENDIENTE


Las casas suenan de modo diferente cuando están habitadas que cuando están vacías, la mía ahora está vacía y no logro acostumbrarme a ese nuevo sonido porque ese nuevo sonido me recuerda siempre, inevitablemente mi nueva situación, no buscada, no deseada.
El eco de mis pisadas de ahora no me gusta, y me hace recordar, sobre todo añorar, constantemente otros momentos.
No dejo de pensar que todo podía haber sido de otra forma, que la búsqueda de la verdad no siempre es necesaria para ser más felices, o al menos no siempre sirve para que vivamos más tranquilos, que muchas veces en eso consiste la felicidad o buena parte de ella.
Me confirmó este pensamiento que ya rondaba en mi cabeza desde hacía tiempo el argumento de una película que vi por aquellos días en los que yo me debatía sobre si era mejor saber la verdad, o no, como yo tercamente siempre había mantenido.
En aquella película dos de los cuatro protagonistas aman a sus respectivas parejas pero se sienten atraídos por los componentes de la otra pareja. En una de las parejas todo va bien mientras la mujer disimula durante un año su engaño, cuando se lo cuenta a su marido todo se estropea. Nadie es capaz de ser feliz con la segunda pareja tampoco, en fin lo que quiero contar es que yo siempre he pensado que mientras todo vaya bien no hay por qué contarlo, aquella película pareció que confirmaba mis pensamientos, tan denostados por mis amigos.
Nunca he estado plenamente convencido de que si un miembro de la pareja se acuesta con otra persona sea realmente una infidelidad, si a la vez quiere y hace feliz a su pareja. Menos seguro he estado aún de que contarlo fuese beneficioso.
Por supuesto todos se escandalizaban al oírme esto, mis amigos me hacían guiños cómplices porque no tenían duda de que yo tenía mis aventuras extramatrimoniales, pero sobre todo porque era capaz de expresar aquella opinión delante de mi mujer, esto les parecía de una valentía inaudita.
Las amigas de mi mujer me miraban mal, muy mal.
Mi mujer sonreía.
Me extrañaba su actitud, no opinaba aunque era una persona que tenía opinión acerca de cualquier tema, sólo alguna vez comentaba que quizá era mejor decirlo, tampoco me defendía delante de los demás, dejaba que yo me las apañara, al final siempre me sentía mal, se estaban haciendo una idea acerca de mí que no era la exacta.
Siempre creí que la idea de decir la verdad era más una pose que una realidad, ahora estoy convencido.
Convencido o no, el hecho es que mi casa suena de una forma que no me gusta, bien podía sonar de distinta manera, quizá preferible a conocer la gran verdad.
Primero intenté ser fiel a mis principios, no preocuparme de lo que mi mujer hacía en su tiempo libre, la verdad es que había semanas en que nos veíamos poco, ella es auxiliar de clínica y trabaja a turnos en un hospital, así que cuando trabajaba de tarde o de noche el tiempo que pasábamos juntos era escaso. Sin embargo, esto no me preocupaba mucho pues aunque yo soy muy dependiente me sentía bien cuando estaba con ella y con eso me conformaba.
En realidad, estoy mintiendo porque la primera vez que empecé a preocuparme por saber dónde y cómo pasaba el tiempo que no estábamos juntos fue cuando una mañana, al despertarme, mi mano con absoluta inocencia encontró un pendiente entre las sábanas, lo cogí y cuando iba a ponérselo en la mesa de la cocina con una nota para que no lo tirara en un descuido, me di cuenta de que no se lo había visto antes.
Sólo fue un primer pensamiento porque al minuto me pareció que era una estupidez, pues no estaba seguro de que yo conociera todos sus pendientes.
Más tranquilo, me arreglé y me fui a trabajar, pero según pasaban las horas la imagen del pendiente empezó a obsesionarme, decidí una vez más que todo era una estupidez, lo tenía desde hacía tiempo y yo n o lo recordaba.
Acabó el trabajo a las seis de la tarde y ya estaba mucho más obsesionado que por la mañana, tropecé en el andamio y casi me caigo. Mi cabeza era un motor revolucionado al máximo y no pude ir a tomar la cerveza con mis amigos, sólo quería ver aquel pendiente puesto en la oreja de mi mujer y que me recordara en qué aniversario o cumpleaños se lo había regalado, o simplemente cuándo se lo había comprado ella misma.
Llegué a casa, saludé, no me contestó, oí el grifo de la ducha, así que no me había oído, por lo que pensé que era una buena oportunidad para ver los pendientes, siempre se quitaba las joyas cuando llegaba a casa.
Fui directo a la habitación, abrí el joyero y, estupefacto, comprobé que el pendiente no estaba, ni él ni su compañero.
Por un momento pensé que quizá no lo había reconocido, volví a mirar, afortunadamente Merche tenía la costumbre de ducharse y lavarse el pelo, acababa de encender el secador, así que tenía tiempo pero debía actuar con serenidad y rapidez, no
era fácil, y me fastidiaba esa faceta de detective, pero mi cabeza giraba y giraba y era mejor solucionar a estar dando vueltas y vueltas durante todo el día.
De pronto, una nueva sensación de que algo no iba bien me sobrecogió: el pendiente que yo había encontrado no tenía nada que ver con los que ella solía usar: tenía de oro y de bisutería pero siempre pequeños, el de la mañana era de plata: del cierre colgaba una barrita muy fina que terminaba en una forma ovalada en la que se dibujaban unos círculos de colores, uno morado y otro más claro malva.
Definitivamente, no, ese juego no estaba en el joyero, no era de Merche, yo no hubiera olvidado fácilmente unos pendientes así, tan diferentes de su estilo. Aquello me paralizó durante un buen rato, empecé a cambiarme de ropa y a disponerme yo mismo para la ducha, estos preparativos me tranquilizaron un poco y llegué a la conclusión de que se los había regalado otra persona, es decir: otro hombre, quiero ser sincero con el lector. Si esto no fuera así, y ella se los hubiera comprado por qué no me los iba a enseñar, por qué no decirme que se le habían antojado, no nos sobraba el dinero pero nos manejábamos bien, trabajábamos los dos y no teníamos hijos, ni intención de tenerlos; ya tenía de nuevo una batidora por cabeza, ¡qué tontería!. Los había comprado en esa semana y me lo iba a decir, seguro que salía de la ducha con ellos puestos, así que mejor dejar de pensar en tonterías, terminar de preparar mi ducha y...
En ese mínimo momento de felicidad íntima que estaba viviendo salió del baño:
-¡Hombre! Si estás en casa, no te he oído llegar.
-Ya, bueno... estoy un poco cansado...
-Se había ido a recoger el baño y ya no me oía, estaba guapa, con un chándal nuevo, ni rastro de los dichosos pendientes.
-Perdona, te he cortado, estabas diciendo algo cuando he vuelto al baño.
-No era importante, me voy a duchar.
Definitivamente había algo extraño en todo aquello, aquellos pendientes parecían no existir. Pero yo los había visto, estaba seguro. Aún más seguro de que Merche estaba ocultando algo, nada de algo por qué me engaño es una infidelidad y nada más, me decía mientras el agua reparadora caía sobre mi cuerpo.
Repasé mentalmente todo lo que había hablado, lo que había pensado durante aquellos años y se confirmaron nuevamente mis sospechas, era mejor no enterarse, ahora con este descubrimiento me encontraba nervioso, quería saber y no saber, preguntar y no preguntar, que ella me lo dijera o preguntárselo yo, no tenía ni idea de lo que quería, empezaba a conocer una sensación que no había experimentado nunca: los celos. Porque aquello que notaba tenían que ser celos, sin remedio, empecé a imaginar cómo se encontrarían, cómo harían el amor, además habían estado en nuestra cama; sentí una punzada.
Aquel malestar me confirmó que mejor si no hubiera descubierto nada.
Mientras me secaba el pelo, intenté pensar con la mayor claridad posible: decírselo o no, en que me lo confirmara y acabar con aquella zozobra. Inmediatamente pensé en qué ocurriría si me confesaba su aventura, parecía lógico pensar que si alguien se entera de una cosa así rompa con su pareja, pero yo no lo tenía tan claro, tampoco tenía claro que fuera a soportar la situación tan tranquilamente.
Quizá estaba cometiendo un error, sólo estaba valorando la situación desde mi punto de vista, pero y ¿ella?, si no había contado nada es porque no se encontraba mal en esta situación, además había otro detalle, había escondido el pendiente: no pensaba hablar de ello. Llegado a este punto, pensé en mi relación con Merche, nos llevábamos bien, apenas discutíamos, yo era feliz a su lado, entonces ¿por qué estropearlo?.
Así que me encontré en el punto de partida: no era necesario conocer que tu pareja te es infiel, cuando yo no lo sabía era feliz, si saberlo me iba a complicar la vida, lo mejor sería seguir como hasta ese momento.
Cuando salí del baño ya tenía decidido no darme por enterado y seguir con nuestra vida de la misma forma: no sé, no sufro.
Decidido, me acerqué hasta la cocina y la saludé como siempre, quiero decir que lo intenté porque ella notó algo y me preguntó inmediatamente si me pasaba algo, le contesté que no, que estaba muy cansado, había sido un día duro en la obra y así seguí hablando durante un buen rato tratando de disimular mi zozobra, mi angustia; parece que lo conseguí, fue difícil teniendo en cuenta que yo normalmente no era muy hablador, por eso también me callé lo que me daba seguridad ante Merche, pues así no era fácil que sospechara que me ocurría algo. La sobremesa siguió igual que siempre, a decir verdad casi igual que siempre, pues yo mismo me sorprendí al encontrarme observándola casi todo el tiempo, siempre de reojo; cada vez que me daba cuenta de esto intentaba llevar a cabo lo que me había propuesto, fue imposible.
Al día siguiente me levanté con un enorme dolor de cabeza, había dormido poco, no hacía más que pensar y pensar hasta que llegué a la conclusión, que lejos de tranquilizarme, me inquietó aún más: yo siempre preferí no saber, pero éste no era el caso porque yo sí sabía, no me lo había contado Merche pero yo sí sabía, al esconder el pendiente, ella ya había hecho su confesión, así que la situación había dado la vuelta, estaba en el caso de que el miembro engañado de la pareja sabe y había ocurrido lo que él mismo tantas veces pronosticó: era horrible, vivía mucho mejor hasta conocer la verdad.
Pasé todo el día haciendo cosas mal en el trabajo, apenas fui capaz de poner unos cuantos ladrillos bien a la primera, todo tenía que repetirlo dos veces, no me hizo gracia
ninguno de los chistes que contaron mis compañeros, estaba deseando que llegaran las seis de la tarde, quería estar solo, eso no era verdad del todo, en realidad con quien no quería estar era con mis compañeros, quería ir a casa pero si iba a casa estaba Merche y ahora verla era lo que menos me apetecía, cada vez tenía menos fuerzas para actuar con naturalidad, me venían a la cabeza imágenes de Merche en la cama con otro hombre, en nuestra cama, daba igual que fuera la nuestra u otra; era imposible, no podía tranquilizarme porque realmente no era igual: era nuestra cama, nuestros momento íntimos, dejaba este pensamiento también y entonces comenzaba a imaginarme que estaba con un médico o un auxiliar de enfermeros o un celador. Sus compañeras siempre contaban historias de esas, claro, y yo como un tonto escuchándolas, sin darme cuenta de que Merche callaba y nunca participaba de aquellos chismes, jamás había dado importancia a aquel silencio, ahora lo entendía; sin embargo, también me daba cuenta de que todo era una tontería, daba igual haber sospechado o no, el asunto era el que era; aún así prefería no haber sabido y vivir feliz con Merche, seguir con mi vida en aquella mi ignorancia.
En aquel torbellino de ideas, pensamientos, nervios, y zozobras viví, malviví, durante unos días, creo que fueron días, pues no tengo apenas noción de aquellos momentos, sólo tengo el horrible recuerdo de lo que posteriormente ocurrió.
Todo se precipitó porque a la semana siguiente mi mujer trabajaba en el turno de noche y yo era incapaz de dormir, me metía en la cama y me imaginaba lo contenta que ella estaría en el trabajo, ya que tenía la oportunidad de encontrarse con él, quienquiera que fuese, ya me daba igual, no podía dejar de imaginármelos, juntos, sonriéndose, aprovechando cualquier rincón del hospital porque por la noche todo está más tranquilo y ellos tendrían más oportunidades; daba vueltas y vueltas en la cama a la par que mis pensamientos corrían por mi mente e impedían mi sueño.
La tercera noche también la pasé totalmente despierto, mirando al techo, sin cerrar ni una sola vez los párpados, y ya no sabía si de verdad los había visto amarse en mi cama o sólo era mi imaginación. Diez minutos antes de que sonara el despertador lo apagué, era ridículo dejar que tocara cuando no lo necesitaba, estoy seguro de que fue el único movimiento que hice en toda la noche. Me levanté a la hora de costumbre, me arreglé y esperé a Merche sentado en una pequeña butaca que hay en nuestra habitación, a oscuras.
La vi entrar, dirigirse a la ventana, abrir la persiana y asustarse terriblemente cuando me vio allí sentado, no me inmuté, la dejé que se llevara la mano a la boca, que gritara, que se tambaleara y casi se cayera sobre la cama. Me gritó y aún así no me moví, esperé. Ya daba igual, tristemente el momento que yo no quería que llegara había llegado.
-Me gustaría que me enseñaras unos pendientes que nunca te pones cuando estás conmigo, y me dijeras cuándo te los regaló para hacerme una idea de cuánto tiempo llevas con él.
Lentamente se acercó a nuestro armario, hurgó en el cajón donde guarda sus pañuelos para el cuello sacó una cajita, la abrió y los vi, allí estaba el pendiente con su pareja.
-Marta me los regaló hace un año.
…Definitivamente no sé si me acostumbraré a este nuevo sonido.








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